Desde hace dÃas la gente se confiesa conmigo. Desconocidos en busca de oÃdos. Sin más especificaciones. Bocas que se desgranan al mÃnimo contacto. Suspiros, miradas, bocas apretadas que lo descubren todo: la melancolÃa por los viajes nonatos, recuerdos del sempiterno pasado mejor, el dolor por la amante perdida.
Las calles son testigos de los actos más Ãntimos. Unas pocas palabras son la dinamita que destroza frágiles cortinas de presas. Y la inundación acaece. Inevitable
Soldados armados con palabras, municiones de recuerdos, las citas, los planes, las peleas, las lecturas en voz muy baja, trincheras de caricias muertas, el gas venenoso del “pudo haber sido hermoso”
Las mañanas son una puerta que, de manera recurrente, te permiten huir de aquÃ. Las noches son como el vigilante que ha descubierto el desganado intento de fuga.
Cada noche de mi vida se escucha demasiado. Las mañanas rara vez son tomadas en cuenta
Esa facilidad de decir las cosas claras y como son: “tenerla a mi lado era un lujo”, “no he tenido la fortuna de salir de aquÔ, “yo veo maletas y pienso en aeropuertos”
Instrucciones detalladas para cocinar una salsa de tomate. Una cosa tan clara, pero tan ridÃcula. Los ademanes estudiados hasta el hastÃo. Hay que picar la cebolla. El tono de voz modulado. FreÃr. La falsedad hecha hombre
¿Y yo qué? ¿Cuánto de mà hay en él? ¿En ellos? ¿Qué es lo que permite que escuche los detalles amorosos de un chofer, o las frustraciones de una taquera y que a la vez haga que deteste el proceso de la salsa de tomate en los labios vacuos de un conocido?
El dÃa inicia. Me pica el hombro y escupe la cara. El dÃa, lo he descubierto, es el soplón que alerta sobre mi fuga.