Alas de sal

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Cloruro de sodio. NaCl, un cristal sin color. La primera imagen que me viene a la mente al escuchar esa palabra es la esposa de Lot en medio del desierto, frente a la destrucción divina, mirando por última vez el mundo. ¿Por qué precisamente fue convertida en estatua de sal y no de piedra? La roca perdura, la sal se pierde de inmediato entre las arenas, el viento la dispersa, el agua la disuelve. 
Tiresias ordena a Odiseo que, una vez finalizada la venganza en contra de los pretendientes de Penélope, ande “hasta... aquellos hombres que nunca vieron el mar, ni comen manjares sazonados con sal”. Es decir, el vidente ordena al héroe dar la espalda a las posibilidades del océano para esperar una muerte suave luego de una vejez insípida. 
Ghandi recolecta agua de mar con sus propias manos, desafiando así las leyes británicas sobre el monopolio de la sal en la India. La sal es el común denominador, sobre la religión, cultura o ideologías. Sal comió Gandhi, sal comió Jorge VI. Sal también comió Nathuram Vinayak Godse. 
Don Quijote refiere como uno de los atributos de su Dulcinea el que “tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer en toda la Mancha”. La sal seduce, ya lo dice el dicho: el amor entra por el estómago, ¿y quién se enamoraría de alguien que guisa insípido? 
La sal en exceso es amarga, igual que las lágrimas, perjudica la salud, como los placeres que primero satisfacen y luego se convierten en necesidad.
La sal es rebeldía, es ese mirar curioso, es la vida del héroe llena de vicisitudes, es la vulgaridad de un puerco, es la fuerza de un grano, de un millón de granos de sal.
Las alas de la sal revolotean por doquier y en cualquier momento se diluyen, desaparecen en la nieve, en el aire húmedo.

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