Seres líquidos
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Los seres mitológicos son entes líquidos:
Hermafrodito se fundió con Salmacis.
Tiresias conoció lo que es vivir como mujer y como hombre, los compañeros de
Odiseo, por los poderes de Circe, transmutaron en animales. La apariencia del
mismo Odiseo era cambiada por Atenea dependiendo de la situación. ¿Quién,
ahora, no quisiera tener a su lado una diosa que lustrara un poco la belleza
escondida? Tan cercano como un quirófano, tan fácil como un infomercial. ¡Cambia
tu cuerpo siete minutos al día en una semana!
Nos habituamos a las transformaciones para no
habituarnos al cuerpo. Una persona que desee ser mujer tiene que serlo con
todas su consecuencias: tacones altos, senos y caderas grandes, cintura breve y
toda lo femenino: dulce, paciente, tierna, hogareña, etc. Lo demás, lo
que no entra en el estrecho canon son quimeras, es la Esfinge que obliga a
contestar interrogantes sobre la existencia.
Una bola de nieve. Desde el silencio, desde la
tácita aceptación de que el otro debe transformarse para aparecerse ante
nosotros, contribuimos para que en el futuro nos veamos forzados por el entorno
a cambiar. Ya sea por salud, deseo o costumbre, el cuerpo siempre se vierte en
otros cuerpos.
Nadie puede escapar de la definición a través del
otro, somos seres informes, como líquidos que tomamos forma en los ojos de los
otros. Usamos ropa y nos constreñimos a un recipiente. Desde el momento de
pertenecer a una clase social, una raza, una religión, una corriente política,
etc. tenemos que mantener el comportamiento necesario para seguir dentro del
clan. Necesitamos la forma del toro, del águila, de la lluvia para pertenecer,
para incluirnos, como lo hizo Zeus.
¿Cuándo Odiseo fue libre de cualquier presión
social? Cuando naufragó, desnudo y diluido en el mar, quemado por el sol,
mugroso y greñudo. Tal situación choca tajantemente con la vida social, como lo
demuestra el miedo/repulsión de las criadas de Náusicaa. Él fue, por un
momento, esa clase de seres que están alrededor de nuestro mundo domesticado,
como muy bien lo trata Bartra en El salvaje europeo. Lo salvaje que
representa todo aquello que no somos y que seríamos si alguien más no nos
estuviera viendo. Centauros, Silenos, Amazonas. Pero todas las mañanas entramos
en el baño, luego nos encapsulamos dentro del disfraz ordinario y pedimos la
venia del espejo para salir a platicar con los que lucen como nosotros. Y
desviamos la mirada del mendigo, del teporocho. Hoy como ayer y como mañana,
nuestros cuerpos no están lejos del cuerpo de Zeus.
Todo está hecho del mismo hilo: la faja que le
hará recuperar la figura de la juventud a una señora, el té contra los
problemas de sobrepeso, un gancho para la nariz, unas botas que hagan ver más
alto, el libro bajo el brazo, la Mac que me aleja de los ordinarios. No tiene
que ver con la comodidad, lo necesario o lo práctico, involucra más bien los
deseos de ser. Yo quiero ser delgada. Yo quiero tener una nariz recta. Yo
quiero ser masculino. Yo quiero ser mujer. Yo quiero ser inteligente. Yo quiero
ser multifuncional.
Somos seres líquidos a medio camino de
nuestros deseos: los deseos ocultos hacia lo salvaje y los explícitos hacia lo
modélico. Podríamos amanecer un día convertidos en un bicho gigante y aún así
seguir deseando, añorando. Somos como Ío, quizá no con un cuerpo ajeno, pero sí
vigilados de por vida por un monstruo de cien ojos que nos define. Y somos
Argos también.
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