Extraños, extraños, extraños, un infinito de extraños. Y yo un extraño solo

18:43

Siento que me repito cuando repito al otro, no cuando me repito a mí



Casi no he tocado el barro y soy el barroSer el pasajero de un autobús y ver el juego de luces a través de los vidrios en un recorrido nocturno. Aún más, estar condenado a subir todos los días en el transporte público y casi pensar, entre los intermitentes cabeceos: mi pobreza no es total: falto yo. Llegar a casa y cobijarse con la cálida idiotez de una familia televidente. Cortarse el cabello en una escuela de belleza porque es necesario hacer ajustes económicos, no por motivos estéticos. Sí, es necesario padecer, aun en vano, para no vivir en vano.
Conocer al conductor del autobús porque fueron juntos a la secundaria y abandonaron juntos los estudios. Ir arrastrando los pies afuera de una plaza comercial para llegar a un restaurante, no a comer, sino a trabajar. Ser padre de dos niños a los veintiún años. Llevar a casa todas las noches un mandil sucio de salsas y grasa. Despedirse por la mañana de la esposa, inclinada ante el lavadero, y ver sus muñecas rodeadas por la espuma del Ariel.
Y cada suspiro estará contaminado con un sentimiento sin nombre, porque hay dolores que han perdido la memoria y no recuerdan por qué son dolores. Y cuando ella tenga un aborto accidental, sentirá algo vago y opaco, que ella determinará simplemente como “pena”, pero si hubiera terminado la secundaria y llegado a un doctorado quizá hubiera dicho “siento la felicidad de una libertad muerta que revive, pútrida sí, pero esperanzadora, la alegría por la muerte de una de mis vidas”. Pero ganará el arte profundo del silencio porque el hombre, cuando se lamenta, casi no existe.
Barthes dijo, palabras más, palabras menos, que el arte está siempre fuera de la vida y que sólo se puede hallar en los extremos. Lacan mencionó en una ocasión que el único arte válido es el arte de escapar del mundo, de sí. Porchia (de quien son los textos en las cursivas que se acaban) dice: “Cuando observo este mundo, no soy de este mundo; me asomo a este mundo”. Pero Barthes está muerto y Lacan también y allá afuera pululan los mínimos seres de los que sería inmoral hablar si no se es uno de ellos. Quien se queda mucho consigo mismo, se envilece.

Levi-Strauss pensaba que el arte es el ritual de una religión mesiánica. Las alturas guían, pero en las alturas, dice Porchia. Hay sueños que necesitan reposo. Es apremiante crear de otra manera, con el corazón de los ojos o descifrando las telarañas del espíritu. Ser el anónimo de las obras desconocidas. Es necesario ya demostrar los teoremas a través del olfato, realizar la crítica literaria de la sonrisa, comer sólo carne humana y dejarse devorar por los más viles. 
¿Serás las alas preñadas de un pájaro suicida?

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