La curva de Peano

18:47


Yo sabía leer, pero con la Revolución se me ha olvidado. En los camposantos se adquieren buenos camaradas. En la pertinaz llovizna de diciembre charlan agudamente los muertos. El resto del año atisban desde sus derruidas fosas a los nuevos huéspedes. Algo poltrones, es verdad. Rara vez abandona sus lechos que han ablandado la humedad y los conejos. Consagrémosles un minuto de silencio, ya que los modernos de nada respetable disponemos fuera de nuestro silencio. ¿Oyes? Allá fuera está lloviendo. ¿No sientes el golpear de la lluvia?
—¡Don Ferruco en la Alameda!
—¡Niña, guayabate legítimo de Morelia!
—¡Por cinco centavos entren a ver a la mujer que se volvió sirena por no guardar el Viernes Santo!
—¿Cada cuándo te confiesas?
—Todos los Viernes Primeros. Soy de la Congregación.
—Bueno. Desde ahora vas a confesarte cada ocho días. ¿Me entiendes? Ve a rezarle ahora un rosario a la Virgen, y luego un misterio todos los días para que te ayude en tu pureza.

La curva de Peano y el vivo deseo de escapar realmente de las incomodidades de su vida trashumante. De ser homeomorfa al plano, al espacio, a la cuarta, a la quinta, al n dimensión. Si la poesía tiene curiosas virtudes como la de mover los árboles y detener la corriente de los ríos, no dignifica por sí sola a los que la cultivan ni los dota de autoridad en letras. Alguien ha dicho que la ficción también debería mostrar la bibiografía. La curva de Peano es una línea continua que llega a ser un espacio de dos dimensiones. Como una manta infinita hecha de un hilo único. Topológocamente semejantes. Pedro Páramo es la jacaranda que germinó de una semilla alada llamada “La vida del campo”. La feria de Arreola es un eco con voz propia de “La feria”. Y Julio Torri tranquilo, da una vuelta más, es hilo y es espacio, sonríe con malicia porque conoce la función matemática biyectiva entre sus palabras y las de Rulfo y las de Arreola y la imposibilidad homeomórfica entre la primera palabra y Don Quijote.

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