Dejarlo todo y quedarme aquí, en el fin del mundo
9:42
Y
lo que vi reflejado era irreal: mi cara sanguinolenta no era más que
un gran agujero
Isabelle Dinoire
Ramiro Carillo-Catalán
Evodio Escalante
Gerardo Martínez Santos
Cristina Rivera Garza
Malva Flores
Connie Culp
Rodrigo Hasbún
Mario Vargas Llosa
Pedro Salazar
Cipriano Ramírez
Jerónimo Rosales
Me ubico de entrada en el nivel
imaginario. Hace casi doscientos años que se publicó Frankenstein
o el moderno Prometeo y no puedo
quitarme de la cabeza qué experiencia será esa de estar conformado
con partes de distintos cuerpos. A un hombre le fueron trasplantados
los antebrazos de un cadáver. “Creo que mi cara está
volviendo un poco, de hecho”, dice una mujer que recibió un
trasplante parcial de rostro.
La velocidad nos define, lo
instantáneo lubrica ya los engranajes del mundo. Son los
semiconductores, son los microchips. El mundo se reduce a una serie de
conexiones: los aeropuertos, terminales de trenes y autobuses, las
carreteras forman una sola e inconexa ciudad. Las plazas comerciales,
los autoservicios, todas aquellas tiendas prefabricadas son un
barrio mundial. Internet no es una red, es un punto de condensación: la ciudad de un único ciudadano, un hoyo negro de masa
inconmensurable.
El ojo es el instrumento fundamental del
escritor; no será la imaginación ni el conocimiento exhaustivo del
lenguaje el que determine su salvación (porque cada día uno se está
salvando). Es imprescindible entender las nuevas miradas: pocos segundos son
suficientes frente a un monitor o a un teléfono inteligente para
olvidarse del mundo. Las nuevas miradas son abejas que recolectan un poco de polen aquí, otro tanto por allá.
Poliniza pero no siembra.
La virtual cercanía de todo
con todos me sorprende. En Canadá un actor porno mata a un
joven chino y es capturado en un ciber-café de Berlín. Él grabó
el crimen y ahora miles de personas han visto las imágenes. Esto esto es un quiebre, una
amplitud.
Recuerdo las imágenes de una tribu
del Amazonas aislada completamente de nuestra forma de mundo
(civilizado es un adjetivo al cual aún no he encontrado uso). Creo
haber visto en los rostros de los varones una mezcla de terror y
coraje ante el avión que captó las fotografías. La visión de lo
nuevo, de lo extraño que irrumpe, interrumpe, un mundo.
Nunca antes el mundo había sido tan
pequeño. “Jamás el mundo arremetió tan cerca”. La memoria se
nos olvida entre ligas de páginas web. Las memorias son escritas
hoy, a veces en tiempo futuro.
Internet es como el territorio de los sueños: una extensión inexplorada de nosotros. Los surrealistas fracasaron en
su intento por conquistar aquellas tierras. Basta cerrar los ojos o
abrirlos frente a una pantalla para olvidarse del mundo físico. Los
fragmentos nos definen. Un poco de acá, otro tanto de allá. Del
codo hacia la muñeca empieza la tierra de nadie. Los dedos sobre el
teclado son la frontera. Luego ya no somos más. “Dijeron que el
único parecido era mi nariz”.
Frente a la burocracia, frente a
las voces del comercio o ante las etiquetas de la academia, se alza
el murmullo de los teclados. ¿Hubo día alguno en el cual tantas
palabras fueron escritas? El agitador de la lengua es internet. De
ese Big-Bang aparecen, como soles, nuevas palabras o frases y más
aún, nuevos conceptos y sentidos que forman las galaxias. ¿Y eso sirve de algo? ¿Tiene que
servir? ¿A quién? A quien lo quiera ver.
Conscientes de la desairada
situación a que han sido reducidas por la sociedad, las palabras se
superponen como edificios cuyo próximo derrumbe augura el nacimiento
de otra, similar y fugaz, forma de comunicación.
“Puedo oler ahora”. La ciudad es un paisaje habitual. Los niños desnutridos, las mujeres sucias con bebés
durmiendo en el suelo, cubiertos apenas por una manta. Y nada. Pero
he llorado con videos de masacres lejanas; un antebrazo pasa veloz,
como el tren, y toma lo que puede en La Patrona. Dos antebrazos se
acostumbran a un nuevo cuerpo. Cada palabra es literatura. Somos
fragmentos, con suerte, apelmazados, unidos gracias a la fuerza de
gravedad de un hoyo negro. Véanme, aquí estoy, sean testigos de cómo
existo. Las palabras de los otros son tan mías ya, son de nadie,
están pegadas a mí como órganos trasplantados. Las comillas son un
par de alas de aves “que pasaron y ahora poco a poco se mueren”.
Alas incrustadas en las palabras. Hoy la conversación y discusión
no ocurren ya.
Lecturas en la pantalla. Trasladar
el acto de leer a las calles. A los rostros. A la pantalla de nuevo.
Los sueños son vidas posibles,
internet es la posibilidad del sueño.
¿Qué de las revistas, los libros,
las publicaciones en línea? Nada que no sea el traslado general del
mundo físico al virtual. Los bancos lo han hecho ya, ¿por qué no
lo iban a hacer aquellos empolvados cubículos de la academia? Los
espectáculos del circo romano, las cacerías de brujas, la inflación
literaria, etc., serán trasladados, como la chinches que se esconden en los
muebles, durante esta mudanza.
No hay cosa que me interese más que
la amplitud del nuevo territorio.
Las malas costumbres son difíciles
de quitar.
Twitter no salvará al mundo, mucho
menos a la literatura.
Internet no es un mar, es un lago
estancado y sin fondo.
Cada día más nos parecemos a la
ciudad de Tenochtitlán: pedazos ajenos a nosotros nos conforman,
diluyen el sentido de lo nuestro, de lo suyo.
Tú y yo en el espacio tuyo.
Los espacios nuevos, tierras nunca
antes vistas por miradas extrañas, los indígenas del Amazonas, la
frontera entre mi piel y la de la extremidad trasplantada, el
territorio de los ojos fijos en un asesinato. Las
últimas horas de Gadafi son más asequibles que los últimos
murmullos de una hablante de ixcateco. “X taaku kwanichjama
xwjani”. Ya acabaron de hablar nuestro idioma.
Todo es vertiginoso, lo importante,
quiero decir.
“Yo
sólo yazco bajo la sombra de un ricino”.
Veo
un pasmoso patrón en el suceso de las cosas.
Lo
único que cambia es la velocidad, lo que hace diferente hoy de ayer
es la aceleración.
El
mundo es más amplio sí, tan amplio como lo fue en el año 1492 y tan
lleno de horror como en 1521.
Siento
que ya no puedo articular un discurso coherente, congruente... es
como nunca antes, siento... todas las letras difíciles. ¿Qué tiene
de malo? “Pero yo asumo todos mis actos como personales”. Estamos
ante la oportunidad de que la literatura se libere de las palabras
impresas. “Las imágenes dejaron de ser suficientes para ser
demasiadas y mis ojos son sólo dos botes de basura ya”.
¿Quién
vive las palabras? ¿Dónde se puede hacer eso? Mi mundo es un
compendio de partes mutiladas, cosidas de manera rudimentaria, los
sueños, lo físico, lo virtual trasplantados a mis ojos.
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