La curva de Peano
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Yo
sabía leer, pero con la Revolución se me ha olvidado. En los
camposantos se adquieren buenos camaradas. En la pertinaz llovizna de
diciembre charlan agudamente los muertos. El resto del año atisban
desde sus derruidas fosas a los nuevos huéspedes. Algo poltrones, es
verdad. Rara vez abandona sus lechos que han ablandado la humedad y
los conejos. Consagrémosles un minuto de silencio, ya que los
modernos de nada respetable disponemos fuera de nuestro silencio.
¿Oyes? Allá fuera está lloviendo. ¿No sientes el golpear de la
lluvia?
—¡Don
Ferruco en la Alameda!
—¡Niña,
guayabate legítimo de Morelia!
—¡Por
cinco centavos entren a ver a la mujer que se volvió sirena por no
guardar el Viernes Santo!
—¿Cada
cuándo te confiesas?
—Todos
los Viernes Primeros. Soy de la Congregación.
—Bueno.
Desde ahora vas a confesarte cada ocho días. ¿Me entiendes? Ve a
rezarle ahora un rosario a la Virgen, y luego un misterio todos los
días para que te ayude en tu pureza.
La
curva de Peano y el vivo deseo de escapar realmente de las
incomodidades de su vida trashumante. De ser homeomorfa al plano, al
espacio, a la cuarta, a la quinta, al n dimensión. Si la poesía
tiene curiosas virtudes como la de mover los árboles y detener la
corriente de los ríos, no dignifica por sí sola a los que la
cultivan ni los dota de autoridad en letras. Alguien ha dicho que la
ficción también debería mostrar la bibiografía. La curva de Peano
es una línea continua que llega a ser un espacio de dos dimensiones.
Como una manta infinita hecha de un hilo único. Topológocamente
semejantes. Pedro Páramo es la jacaranda que germinó de una
semilla alada llamada “La vida del campo”. La feria de
Arreola es un eco con voz propia de “La feria”. Y Julio Torri
tranquilo, da una vuelta más, es hilo y es espacio, sonríe con
malicia porque conoce la función matemática biyectiva entre sus
palabras y las de Rulfo y las de Arreola y la imposibilidad
homeomórfica entre la primera palabra y Don Quijote.
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