La estética del silencio

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El silencio es una tela que limpia las superficies, las pieles, los rostros. Por eso es tan difícil mirar a alguien sin sonido de por medio. Por eso es incómoda su acumulación. El crujir constante de las tijeras revuelve esa sustancia, pero no la elimina. Cruish, cruish y la calma sonora continúa instalada en el local. El pelo cae sobre los hombros, frente a mí el espejo. La superficie reproduce los objetos: muebles sencillos de formica y plástico, revistas llenas de color. El cartel de un evento pegado en la entrada anuncia un evento de estilismo profesional.
La mujer toma entre sus dedos morenos mi pelo y decapita de un sólo golpe las hebras negras. Una diadema es todo lo que modifica su peinado. Las peluqueras que he visto durante mi vida tienen el cabello teñido. Ella no. Gustan de estar profusamente maquilladas. Ella no. Asisten a conferencias magistrales con estilistas que vienen de París o Nueva York. Ella está aquí, en esta ciudad y no en la sede del evento cuya publicidad adorna la entrada de su negocio. El evento es hoy, a esta misma hora.
El silencio, si aún no lo es, será una forma de riqueza. Las ciudades dan alaridos eternos mientras sus hijos sordos se enfrascan en escuchar su música. Ella corta paciente uno a uno los mechones y es como si recortara mi sombra, que cae a mis pies, sobre mi regazo.
Veo los instrumentos de su trabajo: cepillos baratos, tijeras hechas en China, un mandil confeccionado en casa. Los ojos de ella, ¿miran en realidad mi cabello? El espejo recrea las formas humanas: un hombre espera a que su esposa tenga un color nuevo de cabello. La mujer yace acostada en un rincón del minúsculo local, lee una de las revistas multicolores escritas con virulencia. El hombre mira hacia la calle repleta de noche. Los cabellos caen, como pedazos de mi sombra o de noches angustiosas ya muy lejanas.
Las arrugas del hombre y sus bostezos me hacen imaginar manantiales que emergen entre grietas de rocas. Los ojos estirados de su esposa traen la imagen de aves elegantes sobre fango; la mirada sin lugar de mi peluquera, un mar que yace calmo y sin estrépito.
El gran evento es hoy, justo a esta hora y ella permanece parada detrás de mí, trasquilando mi sombra, mis noches, mis ruidos. Yo permanezco sentado frente a ella, viendo como el silencio toma cada mechón de cabello y lo deposita con delicadeza sobre el suelo. Segundo a segundo, ella esculpe mi cabeza y yo la esculpo a ella. Soy un náufrago en una isla abandonada que acaba de encontrar un tesoro: la estética del silencio.    

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